22 septiembre 2008

El Cementerio de los Espiritus


Desperté en medio de un silencio interno y al sentir como una lágrima caída del cielo (pues no creía cierto el aún tener ojos pues no veía nada) rozaba mis mejillas y refrescaba mi piel. Me toque las manos y palpe mi cuerpo hasta llegar a mis pies. Era yo, si, aún era mi cuerpo, pero no se sentía así. Se sentía raro, diferente. Me encontraba desnuda pero mi desnudez era interior. Estaba sola, de eso estaba segura, no veía nada y tampoco sentía a nadie. Así estuve horas sentada en el cemento, digo cemento pues se sentía duro y áspero, sabia que estaba afuera ya que la brisa de la noche me azotaba fuertemente y no podía parar de temblar. Intentando quedarme lo más quieta posible, abrazándome las rodillas me quede esperando lo inesperado.
Lo primero que vi, fue así que descubrí que podía ver, fue un rayito de luz blanca en frente mió. Parecía salir de la nada pero no era así, estaba amaneciendo. Pronto vi todo lo que había percibido anteriormente y que como creí, estaba afuera y en el cemento. No supe exactamente en donde me encontraba, ni mucho menos por qué. Solo supe que estaba tirada en las aceras de una ciudad desconocida y tenebrosa.
Poco a poco fue aclarando mas el día y yo me quede inmóvil en ese rincón en donde desperté tan súbitamente. Entonces todo a mí alrededor empezó a dar vueltas, estaba perdida. Perdida y sola, no sabía como llegue ni mucho menos como salir de allí. Por instinto me levante y comencé a caminar. Tampoco sabia en que dirección me dirigía ni un destino especifico, solo sabia que si seguía caminando pronto encontraría algo.
Así fue como las encontré. Si. De repente el escenario cambio, las luces cambiaron el ritmo y se encendieron dándole vida al otoño. Caminaba entre edificios de papel y me encontré con un encendido de multicolores enigmas. Cientos de escarabajos corrían por la calle y se escurrieron entre rendijas. Todos se dirigían en la misma dirección formando líneas de tornasol. Boba por la hermosura del tráfico de colores, fue así que choque de frente con ella. La primera estatua del cementerio de los espiritus. Era una mujer gorda con los pies chiquitos y los ojos pulidos. Me estuvieron muy curiosos los pies al ser exageradamente pequeños ya que pensé que quien hubiese creado tan semejante estatua se canso cuando llego a los pies o quizás se le acabo el material. De todos modos los ojos eran más impresionantes aun, puesto que no tenían expresión alguna. Si querías imaginarte la figura alegre, podías, o triste, también. Me quede observándola largo rato pero como no encontré algo que me interesara mas que sus ojos, decidí continuar caminando. Entonces fue que entré por los amplios portones del cementerio. Curiosamente era como un pueblo, había gente, bueno estatuas, de todo tipo. Dones jugando baraja con las expresiones adecuadas de alegría o molestia por estar ganando o perdiendo el partido. Doñas con las caras de sorpresa e indignación ante un chisme nuevo. Madres corriendo detrás de sus hijos, niños corriendo detrás de niñas para jalarle las trenzas, niñas corriendo detrás de una mariposa para atraparla. Adolescentes sentados en grupitos de tres o cuatro escuchando música, hojeando revistas, despreciándose mutuamente. Toda una civilización plasmada en piedra. Así comenzó mi travesía hacia lo más profundo de ese extraño lugar. Nuevamente volví a quedar ciega y como no podía continuar andando sin poder ver decidí sentarme allí mismo donde me había quedado parada y dormir.
Desperté de la misma manera que la noche anterior, desnuda, sola y con una lágrima en la mejilla, solo que esta vez sabia lo que me esperaba.. Con el primer rayito de luz blanca me puse en pie y espere a que aclarara un poco y bajara la neblina para pode continuar la marcha. Cuando por fin vi bien, noté al frente mió, la estatua de un hombre pequeño y calvo con la expresión de la más profunda amargura. Nuevamente volví a preguntarme: ¿Quién había construido estas estatuas y por que así, de esta manera tan cruda? Continué andando, enredándome en un laberinto de estatuas de todo tipo. Había gente normal y animales normales, es decir con sus respectivas partes en donde van. Pero, también había un tipo con cabeza de gallo, una vaca con cabeza de cocodrilo, una lombriz con una lagrima y un bebe con orejas de conéjo. Entonces comprendí que el artista eventualmente fue volviéndose loco. Quizás fueron los químicos o el polvo que le destruyeron las neuronas. O, quizás simplemente la soledad lo enloqueció. De todos modos llegue a la conclusión de que estaba loco, loco de remate.
Así pasaron muchos días y noches, me dormía en donde se apagara la luz, sin más refugio que el cielo sobre mí, y despertaba al primer rayito de luz blanca. No llevaba cuenta del tiempo ni de por donde caminaba. Comencé a sentir la soledad y el mármol me volvía loca. El temor de convertirme en el escultor me aterrorizaba. De pronto, una mañana me dio por decirle buenos días a una señora que iba a cruzar la calle. Llevaba una sombrilla abierta para cubrirse de sol y una sonrisa lo suficientemente amigable, así que me decidí a hablarle. Me la pase todo el día conversando con ella. Me imagine que se llamaba doña Ester y que le gustaba el jugo de toronja y que tenia cuatro hijos que se fueron del país por que no les gustaba el clima ni el olor a ceniza. Me despedí cuando oscureció. A la mañana siguiente volví a hablarle a las estatuas. Escogí ir a donde un niño que estaba sentado en el piso llorando y me dió mucha lástima. Luego supe que se llamaba Esteban. Me dijo que lloraba por que se le había perdido su mamá y entonces fue que yo le dije que le ayudaría a buscarla pero no la encontramos. También otro día conocí a don Eurelio que había sido maestro, a Carmencita que la había dejado el novio, a Ramón que era revolucionista y a Tita que no se acordaba ni de su propio nombre así que decidí llamarla Tita.
Poco a poco fui perdiendo la cordura, deje de sentir frió y nada más que las historias importaban. Un día volví a ver el arcoiris de escarabajos, se dirigían como tren en rieles, derechitos en una misma dirección y por curiosidad decidí seguirlos. Emprendí la marcha muy pegada a la tierra, siguiéndolas pasito a pasito, sin descanso. Ese día no hable con nadie y cuando se apagó la luz sólo rogué que en la mañana estuviesen allí para yo seguirlos. Al despertar y levantarme, choqué con el mármol de una estatua que no recordaba que estuviese ahí cuando me dormí la noche anterior. No dolió, solo me molestó por que estaba desorientada. Cuando por fin pude ver, me di cuenta de que los escarabajos ya no estaban allí, no me habían esperado. Me moleste tanto que comencé a gritarle a las estatuas a mi alrededor. Las acuse de haberlos espantado. Les grite insultos que yo recuerdo nunca haber escuchado antes. Ellas indignadas, me ignoraron.
Llore, llore como hacia tiempo no lloraba. Llore de rabia, de alegría por saber que todavía podía sentir rabia y de tristeza por que la alegría ya casi no la sentía. Desesperada comencé a correr. Corrí todo el día sin agotarme y cuando oscureció continué corriendo. Nunca supe como no choque con nada, solo corría. Corría para escapar, para alejarme del mármol de las estatuas, de los inmóviles. Pero mientras mas corría mas me sumergía en esa espantosa laguna de expresiones. Entonces me deje caer, me deje caer sobre los brazos de una de ellas, me rendí. En la mañana pude ver que era un hombre con cara de desesperación como si buscara a alguien. Le hablé y no me contesto, volví a preguntar a quien buscaba y nada. Intente todo, dándole cantazos, gritándole, empujandole, ignorandolo y nada, entonces le observe cuidadosamente y vi en sus ojos la misma soledad que yo sentía. Sentí compasión por ese hombre de piedra y lo abracé. Lo abrasé por horas, le acaricie la piel, le dije tiernos sueños al oído y rendida ante su serenidad le bese. Así fue que me convertí yo en piedra. Caí en su trampa, mis brazos se entrelazaron con los suyos y mis labios y los suyos se forjaron para siempre juntos. Por ultimo cerré los ojos pues él había cerrado los suyos. El laberinto ya me habia consumido. Nunca supe si fue para bien o para mal solo estaba alegre del resultado.


EPILOGO
Que quede claro que la historia no termino ahí, sino que como antes, todas las noches quedaba inmóvil en donde estuviese y despertaba al primer rayito de luz blanca. Sólo que ahora estaba acompañada de un ángel y todo a mi alrededor cobro vida.
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Verónica de Cartagena

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